Un día yo estaba
en una conferencia con el Dr. V. Raymond Edman de Wheaton College, uno de los
educadores cristianos más grandes de este país. Él nos contó de una experiencia
que tuvo mientras que estuvo en Ecuador como misionero. Él no había estado ahí
por mucho tiempo antes de que estuviera enfermo y muriéndose. Estaba tan cerca
de la muerte que ya habían cavado su tumba. Había grandes gotas de sudor en su
frente y un estertor en su garganta. Pero de repente se sentó derecho en la cama y
le dijo a su esposa: “¡Tráeme mi ropa!”
Nadie pudo explicar lo que había pasado.
Muchos años
después él estuvo contando esta historia en Boston. Después, una anciana
pequeña con un pequeño libro desgastado y lleno de marcadores se le acercó y le
pregunto: “¿Qué día dijo que se estaba muriendo? ¿Qué hora era en Ecuador? ¿Qué hora sería en Boston?” Cuando él le
respondió, el rostro arrugado de ella se iluminó. Señalando a su libro, ella
dijo: “¿Ahí está, lo ve? A las 2am Dios me dijo que me levante y ore—el diablo
está tratando de matar a Raymond Edman en Ecuador.” Y ella se había levantado y
había orado.
Duncan Campbell
me contó la historia de oír a un granjero en su campo que estaba orando. Él
estaba orando por Grecia. Después, él le preguntó la razón por la que estaba
orando. El hombre le dijo: “No sé. Tenía una carga en mi espíritu y Dios dijo: ‘Tú
ora; hay alguien en Grecia que está en una situación difícil.’ Oré hasta que
sentí un alivio.” Dos o tres años después el granjero estuvo en una reunión escuchando
a un misionero. El hombre describió un tiempo en que él estuvo trabajando en
Grecia. Él había estado en un problema serio. ¿El tiempo? Hace dos o tres años.
Los hombres compararon sus apuntes y descubrieron que fue ese mismo día que
Dios había puesto la carga sobre el granjero, en una isla pequeña cerca de la
costa de Escocia, para orar por ese hombre en Grecia cuyo nombre ni siquiera
conocía.
Puede parecer que
el Señor te de cosas extrañas. A mí no me importa. Si el Señor te dice que
hagas algo, haz lo que el Señor te diga.
Leonard Ravenhill
No hay comentarios.:
Publicar un comentario